Del Turismo Patrimonial al Gastrocultural
Existen diversas teorías sobre el origen y significado de la palabra Turismo. Sin embargo, podríamos concluir diciendo que el turismo nació en el momento que el hombre se sintió libre y decidió viajar, tanto por placer como por curiosidad. Y todo nos indica que fueron los monumentos uno de los atractivos más estimulantes a la hora de emprender tales viajes.
Dejando a un lado el turismo de masas, que deriva hacia el de las tres “S”: sun, sand & sex (sol, playa y sexo); o el turismo de deporte, y algunos más, podríamos convenir que dos de los fenómenos turísticos más relevantes que, a la postre, son la representación más evidente del turismo cultural: el Gran Tour, iniciado por los jóvenes aristócratas ingleses, y el Wanderlust, promovido, a finales del XIX, por la alta burguesía alemana.
Con los años, otros factores de carácter cultural han dado lugar a otras modalidades, como son el ecoturismo o el turismo urbano, propio de la ciudad de Nueva York, en donde se editan tarjetas postales con escenas de violencia entorno a la temática gansteril, e, incluso, se venden pequeños escenarios en los que tuvieron lugar acciones de la mafia. Así es la propaganda del restaurante Franky and Johnny’s, en cuyas escaleras fue acribillado un famoso gángster.
Y es que, hasta la historia del gangsterismo podría considerarse cultura. Y la Gran Manzana: Nueva York, no renuncia, en su promoción turística, a tan extraño elemento, que se ha venido divulgando, tanto en la novela como en el cine negro. Todo, al parecer, puede servir como soporte de atracción turística.

Para entender el fenómeno que supone el turismo gastronómico digamos que, un segmento de turistas es atraído por los valores culturales que, históricamente, han generado toda la actividad alrededor de la cocina, el producto, el cultivo de la viña, y la elaboración del vino.
Si bien en gran parte del mundo falta información sobre el turismo basado en el patrimonio, se sabe que los lugares históricos se encuentran entre los más importantes atractivos para el turismo internacional.
Para apreciar su importancia, sólo basta observar a las masas de turistas que visitan el Coliseo de Roma; las pirámides de Egipto o los castillos y catedrales de Gran Bretaña.
Sin embargo, no sólo el legado monumental arquitectónico o artístico, “visible”, constituye un foco de atención. También ciertos aspectos tradicionales de la cultura, como las fiestas, las danzas y la gastronomía, al contener significaciones simbólicas y estar referidas al comportamiento; al pensamiento y a la expresión de los sentimientos de diferentes grupos culturales, forman parte del consumo turístico. Ya sean por sí mismas o como complemento de otras atracciones, de mayor envergadura.
Pero no será hasta el año 1997 cuando, finalmente, la UNESCO introduce, de manera oficial, el concepto de Patrimonio Intangible, al que, la respetable institución define como: El conjunto de formas de cultura tradicional y popular o folclórica. Es decir, las obras colectivas que emanan de una cultura y se basan en la tradición.
La prestigiosa institución sigue dictándonos, que: esas tradiciones se transmiten oralmente o mediante gestos, y se modifican con el transcurso del tiempo a través de un proceso de recreación colectiva. Se incluyen en ellas las tradiciones orales. Las costumbres. Las lenguas. La música y los bailes. Los rituales y las fiestas. La medicina tradicional y la farmacopea. Las artes culinarias y todas las habilidades especiales relacionadas con los aspectos materiales de la cultura, tales como las herramientas o el hábitat.
Al propio tiempo, en todo el mundo se tiende a una homogenización de la cultura, ya que los países más desarrollados imponen sus propios modelos.
Y un buen ejemplo, viene dado por la imposición que ejercen los restaurantes de fast food como nuevo modelo de alimentación popular.
Y, en cuanto a la viticultura, bueno se hace recordar el vigente contencioso entre aquellos viticultores, que defienden los cultivos de cepas tradicionales, y los que insisten en la introducción de especies foráneas. Tales como, la tan traída y llevada cabernet sauvignong, la merlot, etc.
Al respecto, creo que valdría la pena recordar lo que nos indica otro experto en turismo cultural: el profesor Marcelo Azambuja, quien, en su trabajo, “La Gastronomía como producto turístico”, asegura que: “La gastronomía está cobrando cada vez mayor importancia como otro producto para el Turismo Cultural. Las motivaciones principales se centran en la búsqueda del placer a través de la alimentación y el viaje, pero dejando a un lado lo estándar para favorecer lo genuino”.
Y nos sigue diciendo Azambuja que: “La búsqueda de las raíces y la forma de entender la cultura de un lugar está adquiriendo cada vez mayor importancia”.
La cocina y los vinos de cada zona, están siendo cada vez más reconocidos como valiosos componentes del patrimonio intangible de los pueblos; y, curiosamente, el mundo vinícola ha motivado la aparición de un turismo cultural, que está dándole al sector una nueva e alusionante proyección.
Si bien un plato o un vino están a la vista, las formas de su elaboración y el significado para cada sociedad son aquellos aspectos que no se ven, pero que le dan su carácter distintivo.
Ese novedoso interés, por parte de cierto segmento de los viajeros, en relación a la gastronomía y la enología, se convierte, a su vez, en un importante aliado para rescatar antiguas tradiciones. Que se encuentran en vías de desaparición.
Tal como señala otro especialista, Marcelo Álvarez, en su obra, “La cocina como patrimonio intangible”: “En los últimos años se está viendo la necesidad de revalorizar el patrimonio culinario-vinícola regional, puesto que se trata de uno de los pilares indispensables sobre los que debería fundarse, en gran parte, el desarrollo del Turismo Cultural”.
A nadie se le esconde que la gastronomía y la viticultura vienen ganando terreno como atracción, tanto para residentes como para turistas, puesto que forma parte indisoluble de la cultura de los pueblos.
En general, parece que, tras la pérdida de las antiguas costumbres, en constante peligro de desaparición, ciertos sectores de las sociedades más desarrolladas también se interesan en rescatar y divulgar, aquellos aspectos de las culturas populares que nos legaron nuestros antepasados.
Al respecto, no deberíamos olvidar que cada pueblo cuenta con un amplio bagaje de tradiciones y costumbres, y que el turismo se vale de ellas para atraer a viajeros interesados en las diferentes manifestaciones culturales. Manifestaciones que pueden observarse tanto en el ámbito urbano como en el rural.
La Gastronomía como Atractivo Turístico
Pero, además, la comida y la bebida adquieren características durante las celebraciones. Ya sea durante los llamados ritos familiares (como bodas, bautizos, comuniones, funerales, etc.) o durante los más relacionados con aspectos religiosos (Navidad, Ramadán, fiestas patronales, etc.). En tales ocasiones, se consumen alimentos y bebidas que, rara vez, están presentes durante el resto del año.
Uno de los ejemplos más validos, en Europa, para entender lo que comida y bebida significan, en cuanto a elemento folklórico y de atracción turística, es la Oktoberfest: la antigua fiesta de la cerveza, que goza de una enorme popularidad en el sur de Alemania y que fue, en sus orígenes, una ecofiesta. Hoy diseñada siguiendo las pautas de la cultura popular, de las que me permito resumir su carga histórica-cultural: desde mediados de septiembre hasta mediados de octubre debía ser consumida la cerveza expresamente preparada para el verano, y así dejar lugar para almacenar la que se consumiría durante el invierno.
La que se consumía en verano era elaborada siguiendo un criterio especial, a fin de evitar los problemas causados por el calor; recibe el nombre de Märzenbier (cerveza de marzo), ya que su fabricación no puede extenderse más allá de ese mes.
La Oktoberfest comienza en un sábado y dura 16 días, en los que participan todas las firmas cerveceras de Munich.
Durante el primer domingo se realiza un gran desfile y, hasta su finalización, los cinco o seis millones de personas que acuden a la feria, muchas de ellas turistas llegados de todo el mundo, disfrutan de una variada oferta de cervezas, así como, de la antigua y proverbial charcutería germana.
Son, todas ellas, un conjunto de tradiciones populares e historia que, finalmente, se ha convertido en un inmedible elemento mediático. Un fenómeno social que, a su vez, fomenta, año tras año, el turismo internacional: millones de turistas.
El saber interpretar esos valores culturales, e implementarlos en un eventual Producto Turismo Gastronómico, supondría, para algunas comunidades autónomas de nuestro país, la motivación de la creación de éste.
La gastronomía, como, a su vez, señala Ronald Escobedo Mansilla, en su obra, “Alimentación y Gastronomía: Cinco siglos de intercambios entre Europa y América” es, de alguna manera, el elemento cultural de la alimentación.
El hombre pocas veces consume directamente lo que la Naturaleza le ofrece, y comienza a transformarlo originando tradiciones culinarias que sólo se modifican lentamente. Pero, además, no se contenta con nutrirse, sino que crea alrededor de ese acto una serie de hábitos, costumbres, ritos, tabúes, etc. En pocas palabras: crea todo un entorno distinto.
Y así, con el objeto de potenciar el atractivo de las diversas gastronomías y zonas vitivinícolas, se ha creado, en diferentes partes del mundo, una serie de rutas que comprenden lugares, donde cocina y vinos tienen características similares.
Presente y Futuro del Turismo Gastronómico
Es evidente que el ciudadano medio del primer mundo ha alcanzado altos niveles culturales y, por ende, ha absorbido una cultura culinaria jamás antes experimentada.
Prueba de ello, es toda la prensa especializada, los miles de libros, las decenas de programas de radio y de televisión, los festivales nacionales e internacionales, las facultades universitarias de gastronomía, como las de Roma y Zaragoza, las cada vez más precisas guías de viajes y de gastronomía que, unidos a los cada día más altos niveles económicos y, por tanto, de dispendio, han propiciado que muchos destinos turísticos, incluso de turismo de masas, estén realizando esfuerzos para mejorar su oferta gastronómica o al menos complementar eficientemente con ella todos sus atractivos
La gastronomía ha alcanzado tales niveles de divulgación mediática que puede observarse como esos, ya cotidianos, programas de televisión se han convertido en eficaces plataformas para la promoción de autores de literatura, de cine y de teatro. Ya nadie viaja a ciegas, las guías gastronómicas casi se han convertido en libros de cabecera. Y quizás, sea la Michelín el libro más divulgado hoy en el mundo desarrollado.
Si, por ejemplo, los restaurantes neoyorquinos Le Circle o La Grenuille cambian a sus jefes de cocina será noticia del New York Times; o si el joven chef televisivo Jemmy Oliver pasa por una crisis matrimonial, rápidamente lo recogerá el tan leído The Sunday Mirror.
Si viajamos a la turística Isla Mauricio nos encontraremos con restaurantes de hoteles de lujo asesorados por célebres chefs europeos como Alain Ducase; o que en Agadir los hoteles de cinco estrellas se afanan por ofrecer su rica cocina y despensa autóctonas, así como, una esmeradísima Alta Cocina, dirigida por maestros de cocina europeos.
Incluso, brillantes chefs alauitas como el joven Mohamed Fedal, que ha revolucionado completamente las deliciosas cocinas marroquíes: la popular y la aristocrática, dirige hoy tres restaurantes de sorprendente interés internacional. Uno lo gestiona en París; otro, de súper lujo, en Marrakech y el tercero en Rabat.
Y para terminar con los ejemplos, véase cómo un destino tan concreto, tan bien segmentado, como Las Vegas, con puro casino y juegos de azar, ha puesto en marcha todo un gigantesco plan de mejora gastronómica. Y, a fin de posicionarse, para mejor fidelizar a su vieja y nueva clientela, está reorganizando sus restaurantes o cambia radicalmente su oferta trayendo a brillantes cocineros de cualquier parte del globo.
Por otro lado, Madrid se han volcado institucionalmente en financiar costosos eventos como Madrid-fusión, y miles de viajeros y la prensa especializada acuden, también cada año, para asistir al Salón Internacional del Gourmet.
Además, salones alimentarios como el barcelonés Alimentaria han tenido que enriquecer su oferta exhibitiva con eventos culinarios, concursos de cocineros, catas de vinos, de quesos, etc., u organizando dinámicos show cooking.
Por su lado, Valladolid renueva cada octubre su capitalidad mundial de la tapa y el pincho, y Madrid y Málaga ofrecen también sendas ferias de esa verdadera “minicocina”.
La pequeña ciudadela de Laguardia sirve cada año como sede y relaciones públicas para Rioja Alavesa con su congreso de cine y gastronomía: Cinegourland, y San Sebastián y Bilbao renuevan anualmente sus atractivos eventos gastronómicos Lo Mejor de la Gastronomía, La Semana de Inchaurrondo o Los Premios Pil-pil.
Y en todo este contexto, las islas Canarias pueden ser un último ejemplo, con su Plan de Mejora “Gastronomía de Canarias”, proyecto dirigido por la empresa pública Hoteles Escuela de Canarias, ha dado un impulso a la calidad de su oferta gastronómica a la vez que ha mentalizado a sus empresarios y profesionales hosteleros. En suma, ha hecho las tareas para conseguir la incorporación de la necesaria mejora continua de un sector que tanto necesita de ella.
Existen, y esperemos que existan en el futuro, turistas interesados en el descanso a la orilla del mar o a pie de montaña, pero a su vez querrán practicar golf o senderismo, y ya no les animará comer el codillo con chucruta de su pueblo o el tan socorrido plato de pasta.
Es evidente que la gastronomía ha pasado a ser un elemento que estimula, más y más, la curiosidad y, consecuentemente, ya no debe evitarse al diseñar un paquete turístico; fiel reflejo en unos tiempos en que, como consecuencia de una preocupante sobreoferta y tanta masificación, tenemos que atraer a viajeros, expertos o no, que se horrorizan ante el desprestigiado “todo incluido” de los paquetes y programas turísticos.
Y, ahora en pleno siglo XXI nos encontramos con que la gastronomía. La cocina, los vinos y sus bodegas, se han convertido, seguro, en un interesante soporte para atraer a un turismo de calidad.
A un turismo sensible, culto, y, también, por qué no, respetuoso con el medio ambiente: es el Turismo Gastronómico.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Realidad Turística del Distrito de Sepahua

La Planta Turística de Trujillo

Decálogo del Ecoturista